domingo, 9 de marzo de 2008


El asesinato de Gaitán, el Bogotazo y la tragedia de los colombianos


El 9 de abril de 1948, cientos de testigos observaron cómo entre las miles de personas que corrían sin rumbo entre las polvorientas y ensangrentadas calles bogotanas, eludiendo llantas y maderos incendiados, se destacaba una muy particular.

Era un estudiante imberbe, lampiño, con una gorra sin visera, que trataba de abrirse paso en medio del caos. Once años después, ahora con barbas, encabezaba la revolución cubana.

Fidel Castro Ruz se hallaba en Bogotá el fatídico viernes negro que mataron a Jorge Eliécer Gaitán Ayala, el más grande líder popular que recuerde la historia moderna de Colombia. El magnicidio partió en dos la historia de la nación, hasta el punto de que, 55 años después, los sangrientos sucesos que periódicamente sacuden al país tienen mucho que ver con la desestabilización que provocó aquel suceso.

¿Qué hacía Fidel en Bogotá? Sus biógrafos no terminan de ponerse de acuerdo. Parece ser, y es la versión más confiable, que organizaba un congreso de estudiantes latinoamericanos, en momentos que se realizaba la Conferencia Panamericana, que dio paso a la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA). Castro estuvo en Bogotá acompañado de Alfredo Guevara (otros aseguran que era Ernesto ‘El Che’ Guevara), Luis Fernández Juan, Juan Bosch, Milroad Peric, Enrique Ovares y Rafael del Pino, según el libro "Latinoamérica Al Rojo Vivo" (página 153), del escritor chileno Lautaro Silva, un estudioso del marxismo-leninismo.

Y también estaba el Nobel Gabriel García Márquez, quien perdió todos sus libros y valiosos manuscritos en uno de los cientos incendios registrados ese día y que redujo a cenizas la pensión donde vivía.

Fidel Castro lo relata con lujo de detalles: "Gabo y yo estábamos en la ciudad de Bogotá el triste día 9 de abril de 1948 en que mataron a Gaitán. Teníamos la misma edad: 21 años; fuimos testigos de los mismos acontecimientos, ambos estudiábamos la misma carrera: Derecho. Eso al menos creíamos los dos. Ninguno tenía noticias del otro. No nos conocía nadie, ni siquiera nosotros mismos".

"Casi medio siglo después, Gabo y yo conversábamos, en vísperas de un viaje a Birán, el lugar de Oriente, en Cuba, donde nací la madrugada del 13 de agosto de 1926. El encuentro tenía la impronta de las ocasiones íntimas, familiares, donde suelen imponerse el recuento y las efusivas evocaciones, en un ambiente que compartíamos con un grupo de amigos del Gabo y algunos compañeros dirigentes de la Revolución".

"Aquella noche de nuestro diálogo repasaba las imágenes grabadas en la memoria: ¡Mataron a Gaitán!, repetían los gritos del 9 de abril en Bogotá, adonde habíamos viajado un grupo de jóvenes cubanos para organizar un congreso latinoamericano de estudiantes. Mientras permanecía perplejo y detenido, el pueblo arrastraba al asesino por las calles, una multitud incendiaba comercios, oficinas, cines y edificios de inquilinato. Algunos llevaban de uno a otro lado pianos y armarios en andas. Alguien rompía espejos. Otros la emprendían contra los pasquines y las marquesinas. Los de más allá vociferaban su frustración y su dolor desde las bocacalles, las terrazas floridas o las paredes humeantes. Un hombre se desahogaba dándole golpes a una máquina de escribir, y para ahorrarle el esfuerzo descomunal e insólito, la lancé hacia arriba y voló en pedazos al caer contra el piso de cemento " .

"Mientras hablaba, Gabo escuchaba y probablemente confirmaba aquella certeza suya de que en América Latina y el Caribe los escritores han tenido que inventar muy poco, porque la realidad supera cualquier historia imaginada, y tal vez su problema ha sido el de hacer creíble su realidad. El caso es que, casi concluido el relato, supe que Gabo también estaba allí y percibí reveladora la coincidencia, quizás habíamos recorrido las mismas calles y vivido los mismos sobresaltos, asombros e ímpetus que me llevaron a ser uno más en aquel río súbitamente desbordado de los cerros. Disparé la pregunta con la curiosidad empedernida de siempre. `Y tú, ¿qué hacías durante el Bogotazo?`, y él, imperturbable, atrincherado en su imaginación sorprendente, vivaz, díscola y excepcional, respondió rotundo, sonriente, e ingenioso desde la naturalidad de sus metáforas: `Fidel, yo era aquel hombre de la máquina de escribir`", relata Castro en un escrito sobre "la novela de sus recuerdos”.

La CIA también

Otro ilustre personaje también se hallaba ese 9 de abril en Bogotá: El general George Marshall, en ese entonces Secretario de Estado y quien encabezaba la delegación de Estados Unidos. En honor de Marshall se bautizaría el plan que rescató a Europa de sus cenizas después de la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.

Ríos de tinta, miles de libros y una decena de películas han salido a luz para dar luces sobre los autores intelectuales del asesinato de Gaitán, abogado y periodista, nacido el 23 de enero de 1898 en el humilde barrio Las Cruces, de Bogotá, hijo de un librero y de una maestra de escuela. Se especializó en Derecho Penal en Italia con las mejores calificaciones bajo la batuta del maestro Enrico Ferri, el más grande tratadista y jurista europeo de todos los tiempos, y llegó a ser alcalde de la capital colombiana, ministro de Educación y jefe del Partido Liberal. Se casó con Amparo Jaramillo y tuvo una hija única, Gloria.

Gaitán fue asesinado cuando todo parecía indicar que llegaría a la presidencia en su segundo intento electoral, previo desplazamiento de la dirigencia oficial de su partido, el Liberal, y de las fuerzas de la gobernante colectividad conservadora, liderada por Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez.

Las teorías sobre los verdaderos responsables de su asesinato van desde la que afirma que fue un complot de la CIA en complicidad con las oligarquías de ese entonces... hasta la de que fue obra de la KGB rusa. Los conservadores piensan que a Gaitán lo mataron los comunistas para atribuirle la culpa a la CIA.


Bogotá, un infierno

Eran las 13:05, cuando un lustrabotas, Juan Roa Sierra, le propinó tres balazos a Jorge Eliécer Gaitán con un revólver Smith & Wesson 32, recién comprado por 75 pesos de entonces. El abogado salía de su oficina frente a las antiguas instalaciones del periódico "El Tiempo", en la tradicional Carrera Séptima con Avenida Jiménez, cuando fue sorprendido por el homicida. Dos policías encerraron a Roa en una farmacia para protegerlo de la turba que pedía venganza y que finalmente lo arrebató de los agentes, lo linchó y lo arrastró por la carrilera del viejo tranvía.

Fue una vorágine interminable. El comercio fue saqueado, decenas de edificios fueron incendiados. No sólo Bogotá sufrió la estampida. Muchos pueblos quedaron reducidos a cenizas. En las esquinas de la capital colombiano, niños en harapos dirigían el tránsito; los presos reventaban los barrotes de las cárceles, y desadaptados cortaban a machetazos las mangueras de los bomberos. La ciudad era una inmensa fogata y el cielo una bóveda roja . De los balcones de los ministerios incendiados llovían máquinas de escribir y balazos desde los campanarios de las iglesias en llamas. Los policías se escondían o se cruzaban de brazos ante la ira de la multitud .

Desde el palacio presidencial, se veía venir el río de gente. Las ametralladoras habían rechazado dos ataques, pero el gentío alcanzó a arrojar contra las puertas del palacio los restos de quien había matado a Gaitán.

Doña Bertha, esposa del presidente Mariano Ospina Pérez, se calzó un revolver al cinto y llamó por teléfono a su confesor:

-Padre, tenga la bondad de llevar a mi hijo a la Embajada americana.

Desde otro teléfono, Ospina Pérez mandaba a proteger la casa del general Marshall y dictaba órdenes contra la chusma alzada. Después, se sentó y esperó. El rugido crecía desde las calles. Tres tanques encabezaban la embestida contra el palacio presidencial. Los tanques llevaban gente encima, agitando banderas, blandiendo machetes, hachas y garrotes y gritando el nombre de Gaitán. Lo que pasó después fue un infierno. Los disparos salieron de todos lados. Pasó mucho tiempo antes de recoger todos los muertos. Los cronistas de la época jamás se pusieron de acuerdo sobre el número exacto de víctimas de ese día.

Hay hipótesis que ponen en el tenebroso hecho un toque griego. Roa Sierra, hijo ilegítimo del padre de Jorge Eliécer, habría matado a su hermanastro por envidia, según una versión; según otra, los celos movieron el gatillo, pues el hermanastro le arrastraba el ala a la novia; y según la tercera, Roa estaba loco. Y su acto fue gratuito.

Los gaitanistas piensan que a su jefe lo mataron miembros del Partido Conservador para impedirle el acceso al poder, pues se perfilaba como el más seguro jefe de Estado.

Temible plebeyo "comunista y subversivo" para unos, adorado "líder del pueblo" para otros, "fascistoide y mussoliniano" para otros, el fantasma de Gaitán parece seguir tan vivo que muchos quisieran matarlo o resucitarlo de nuevo.

El hecho cierto es de que, desde ese aciago 9 de abril, sin desconocer el horror de la Guerra de los Mil Días entre conservadores en el gobierno y rebeldes liberales, que arruinó a la nación(1.809-1.902; un año después se perdió Panamá) Colombia no volvió a ser el mismo. Decenas de miles de personas han caído acribillados por el odio visceral de los partidos políticos, hasta desembocar en la guerrilla, con todos sus matices, y la estocada final con la vinculación de las mafias del narcotráfico.


La verdadera razón

"El día que Colombia se jodió", el título de una obra de ensayistas y analistas nacionales, constituye la gran síntesis de la debacle. En 1951, el periodista Juan Lozano y Lozano calificó a Gaitán como "el gran símbolo social" y Silvio Villegas, catalogado como uno de los mejores oradores en la historia del país, sostuvo que "Gaitán era terrible en el ataque y en la réplica. Tenía la agilidad de los felinos del desierto. Interpelarlo era un verdadero peligro. Era hidalgo y generoso con sus adversarios y se hacía entender de la masa hasta cuando exponía tesis académicas". A su turno, Alberto Zalamea, uno de sus mejores biógrafos señaló que "su vida es la vida de todos los colombianos de esta época", y el ex presidente Carlos Lemos Simmonds no duda en señalar que Gaitán "habría hecho un gobierno transformador, pues tenía el coraje para hacer los cambios prometidos".

Pero no sólo su muerte permanece en la memoria de los colombianos. Gaitán, quien fundamentó su proyecto político bajo la frase "Por la restauración moral y democrática de la república", encabezó las más grandes manifestaciones de la historia de Colombia, como la Marcha del Silencio de febrero de 1948, contra las matanzas en las bananeras de la United Fruit Company y la represión obrera.

Según Gaitán, "en Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene metas diferentes a las del país nacional".

Sus emotivos y volcánicos discursos y su defensa del pueblo, su rígida postura crítica y su ideario todavía generan encendidas discusiones en las universidades y en cualquier esquina bogotana, con su inolvidable grito de combate: "por la reinvindicación de todos los colombianos, ¡a la carga!"