martes, 2 de octubre de 2012

Cuando enterramos la década del '60


Viet-Rock

por Jorge Schussheim 

Era en el Payró. Era que Jaime Kogan tenía el texto pero no la música de una ópera rock de una tal Megan Terry y quería montarla en su teatro. Era que llamó a Lia para la puesta y la coreografía y a mí para componer una nueva música.

Y eran Beatriz Matar, Luisina Brando, Felisa Dzeny, Bertita Goldemberg, Aída Laib y una actriz petisita de la que no recuerdo su nombre, las madres, las novias y las putas de Saigón, y eran Víctor Laplace, Rudi Chernicoff, Luis Gutman, Felipe Barnes y Aldo Marinelli los soldaditos norteamericanos los que saltaban en paracaídas sobre la jungla del Vietnam, adonde combatían, extrañaban a sus hogares y morían.

A inicios de junio comenzamos los ensayos.

Jaime me presentó a tres mocosos roqueros llamados Claudio, el guitarrista, Alejandro, el bajista y Javier, el baterista.

Con mi formación musical académica, me desanimé inmediatamente al ver a esos tres adolescentes zaparrastrosos, pero al escucharlos me dí cuenta de que poseían mucha musicalidad.

Después de Viet Rock siguieron actuando juntos, pero ya bajo el curioso nombre de Manal.

Comencé a escribir la obertura y canción trás canción que me brotaron con la libertad que todos teníamos en esa década mágica.

En la reunión previa de todo el elenco, Lia, formada en la danza moderna con Dore Hoyer y una alumna de Martha Graham, les pidió a los actores que vinieran a los ensayos en mallas, ya que iban a tener que hacer un duro trabajo físico. Al día siguiente, todos estaban formados en el escenario enfundados hasta los tobillos en sus mallas negras, menos la deliciosa y jovencísima Luisina, que, como venía de trabajar en el circo con Pepe Biondi y carecía de toda experiencia teatral, entendió literalmente y se apareció con una malla de baño de colores toda fruncidita que hacía realtar su prominente y hermoso culo. Pero era una enorme actriz y una cantante deliciosa.

Como se suponía que los actores representaban a infantes de marina de los EEUU, Lia le pidió a Héctor “Cacho” Bidonde, que había hecho la colimba creo que en la escuela de suboficiales, que los entrenara militarmente.

Todos buenos compañeros, cuando Bidonde les dió la orden de “cuerpo a tierra”, lo cargaron y se le rieron en la cara. Pero Cacho, con la cara de orto y la voz de trueno de un verdadero sargento de los Marines, los reventó a órdenes gritadas con todas sus fuerzas a dos centímetros de la cara de los muchachos, que se asustaron tanto que empezaron a hacer todo lo que este les ordenaba.

Mientras Lía marcaba los movimientos y yo iba cantando las canciones y las arias con los chicos de Manal, Jaime, sentado en la platea con su eterno vaso de Old Smuggler, les gritaba “gelajados! gelajados!” olvidándose que Bidonde los tenía tensos como cuerdas de violines, pero Kogan seguía en sus trece stanislavsianos entremezclados con comentarios lascivos sobre las tetas de Ann Margret, que el pronunciaba “Magggggret” y que nadie entendía a que venían pero el under tiene sus reglas que deben ser seguidas por más incomprensibles que parezcan.

Diez días antes de estrenar, el 20 de agosto ya casi de noche, alguien llegó al Payró con la noticia de que la Primavera de Praga, aquella con la cual nos ilusionamos todos los idealistas, había conluído con la invasión de Checoeslovakia por parte de la URSS con 2300 tanques y 250.000 soldados del Pacto de Varsovia.

En el bar de la esquina de San Martín y Cordoba, todos, quién más quién menos militante del PC o aunque más no fuera simpatizante de la izquierda, lloramos sin llorar y enterramos la década del 60 en silencio.

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